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Esta vez mi alumno de tercero de primaria llevó una pistola a la escuela, a simple vista se veía muy real e intimidante, pero al analizarla se comprobaba que era de juguete. Con ella, “jugaba” con sus compañeros durante el recreo, oculto de los ojos de los maestros de la escuela y los amenazaba para quitarles su dinero, con la frase: “ya se las saben”.

Cuando se llamó a su mamá para informarle del hecho lo justificó diciendo que su deseo es ser militar y que hasta ya tiene la ficha para ingresar a estudiar la carrera, repito mi alumno es de tercero de primaria.

Es decir, lejos de pensar en que habría una consecuencia e incluso, una disculpa, lo justificó ante el hecho de intimidar a sus compañeros, quitarles su dinero y hacerse el valiente con una pistola de juguete que parecía real.

El hecho es que el padre de familia no acepta que su hijo comete una falta y busca, a toda costa, justificar su acción a pesar de que se dañe a otros y a ellos mismos. Esa madre de familia salió con una sonrisa, orgullosa de su hazaña y al otro día, el alumno acudió a la escuela como si nada.

¡Qué tiempos aquellos cuando se nos castigaba a los que ahora somos adultos! En ese entonces el regaño era ejemplar tanto del maestro como de los padres, debíamos ofrecer una disculpa al ofendido, teníamos una sanción a veces hasta con unos cuantos golpes y debíamos cumplir una tarea para enmendar la falta.

¿Recuerdan la película mexicana “Los tres García”? En esta historia de 1947, la autoritaria Doña Luisa García ejemplificaba a la abuela cariñosa pero sumamente exigente, que imponía a sus nietos una disciplina incluso a través de bastonazos, y en la que ellos reconocían su error debido a su mal comportamiento. Nunca había una queja y obedecían pese a su rebeldía.

Ahora es impensable gritarle o darle un golpe a un niño, ya que se considera maltrato infantil, un delito grave en el que, según las leyes, podemos dañar su autoestima, de ahí que la disciplina ejercida por nuestros padres es cosa, literalmente, del siglo pasado.

Pues ya se la saben amigos, los maestros, como Jesús, debemos poner la otra mejilla, mientras que no haya leyes que defiendan al gremio más indefenso y desprestigiado de todos.

Les cuento que Josefa, mi perrita, se ha salido varias veces de casa, y aunque regresa en algunos minutos siempre es un riesgo que pueda ser atropellada o que se pierda. Lo pienso porque en las calles de muchas ciudades del país abundan los perros callejeros, agresivos y desnutridos, tan solo afuera de las escuelas es muy común ver decenas de ellos que acompañan a sus pequeños dueños hasta la entrada e incluso al salón de clases, y una vez dentro se convierten en un peligro para los alumnos al morderlos o pelearse con otros perros, pero al preguntarles que de quién es el perro, nadie lo reconoce o acepta ser el dueño, aunque el perro siga su olor y lo espere dentro de la escuela.

Dra. María de Lourdes Guerrero Alfaro

Espacio de libre expresión que señala las experiencias de los docentes, bajo la mirada de la sociedad actual.

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